7 de mayo de 2011

Mi amigo "El Veterinario"

Mira que mucho aprecio tampoco es que le tenga. Pero lo que le ha pasado a El Veterinario es posiblemente lo peor que le podía pasar a nadie en la vida. Peor que si Risto Mejide se viera obligado a cantar en Operación Tehundo. El Veterinario es un personaje del barrio, al que todos conocemos por ese nombre porque siempre está rodeado de zorras, lobas... y lagartas en general. Y si no lo son, él las trata igualmente de forma chulesca, como si Mourinho tuviera que dar todo lo mejor de sí para intentar achantar con la palabra a Chuck Norris. Aunque no se puede decir de él que le guste rebajar a la mujer, porque siempre ha sido mucho de adoptar al respecto una postura reposada, para que se la chupen como estén más cómodas. Lo cual, tampoco le ha acarreado problemas con el sector más feminista: sus discusiones con ellas siempre han sido muy cordiales, ya que, como dice él, si no, se enfadan las muy hijas de puta. Tiene el hábito de visitar casas de amor mercenario desde hace muchos años, desde que conoció a su primera chica, que ya por entonces fue amor a primera Visa. Y aunque él se llevó la mano al pecho y sintió algo parecido a un flechazo en el corazón, en realidad aquello fue una clavada en la cartera. Y desde entonces, rara es la noche que no se acerque al puti que hay en un piso en las afueras, a 3 minutos en coche de su casa... o a 45 tambaleándose a cuatro patas por las calles, que es como lo hace El Veterinario. Porque admitámoslo también, El Veterinario no siempre piensa en lo único, también piensa que no hay bar que por bien no venga, y que para gustos, los licores. Y recostado sobre la barra del bar, causa auténticas hemorragias a las botellas de toda la estantería de arriba. Porque el tío cuando sale de casa toma de todo menos decisiones y va a tiro hecho, a lo de cada noche: beber mucho, y acabar bebido... y mamado. Ya se sabe que follar es como tener dinero: si tienes suficiente ni siquiera piensas en ello, pero cuando te falta, no piensas en otra cosa. Y a El Veterinario, lo normal es que cada semana se le presenten un par de noches tontas en las que le da por el pensamiento monotemático. Le encantaría poder resistirse a la tentación, pero francamente, no le da la gana. Así que sale del bar con ganas de ir a ver a una de esas señoras que cuando se desvisten, quedan en ropa de trabajo. Y que te hacen un par de truquillos, cogiéndote tus papelitos de colores y transformándolos instantáneamente en su conejo, echando un polvito mágico. Solía hacer una procesión nocturna hasta el barrio donde estaba el puti. Atravesaba callejuelas oscuras llenas de gente dispuesta a atacarte en defensa propia. Iba cruzando sin prisas callejones tan amenazantes, que hasta una familia de yonkis que vive en la zona y que tiene un rottweiler del tamaño de un Twingo, ha pedido al ayuntamiento que ilumine su callejón. Y es que se ve que por la noche, en su callejón, el perro caga intranquilo. Y en mitad de todo aquello, un desafiante portal bordeado por unas luces de neon. Eso es un portal que da miedito, y no la mierda que prepara Google la noche de Halloween. Un portal, al que sólo el inconsciente se adentra, cruzándolo como quien cruza un portal a otro mundo: al otro mundo. El Veterinario habitualmente conseguía llegar sin percances y de una pieza. En parte porque a cuatro patas no se producía lesiones medulares al caerse. Y en parte porque con esos andares cuadúpedos, hacía pensar a casi todos los potenciales amigos de lo ajeno que el bulto que se movía se trataba de un animal de granja y no de un borracho. Un borracho que además llevaba encima el dinero suficiente como para pagar la entrada de varias mujeres en régimen de multipropiedad. Una vez El Veterinario conseguía entrar, mientras se espabilaba lo justo para tener conciencia de sí mismo, se codeaba con la que, en comparación con él, podría denominarse la flor y nata de la intelectualidad. Intelectuales de la música, recién salidos de un concierto de Camela. Uno sospechaba si no habían llegado hasta allí montados en coches de choque. Padres de familia que, como ya se sabe que los reyes son los padres, iban cargados de incienso para liar, de oro... y de birra. Tras esperar su turno, le encasquetaban a la primera parroquiana que quedara libre. Y según el día, podía tocarle carnaval o penitencia, aún siendo El Veterinario el pagano. Y si no estaba de acuerdo con la penitencia, podía pedir la absolución: tomarse media botella de Absolut y juzgar si le seguía pareciendo fea la chica. Pero a fin de cuentas, raro era que la rechazara, porque si una chica le dice un “ego te absorbo”, eso, hostias, eso va a misa. Y se conoce que hace unas semanas sólo había libre una chica con una lengua extra-ordinaria. No tanto por lo soez y lo malhablada, sino porque dicen las malas lenguas que ella hace con la sinhueso lo que la Real Academia: limpia, fija... y da esplendor. Pero aun así, tenía la pobre muy mala pinta. Con ese aspecto, y aun trabajando en un sector en expansión con amplias perspectivas de crecimiento, la tía no tenía un futuro laboral muy prometedor. Seguramente, si alguna vez en la vida la industria de la prostitución hace un ERE, ella sea de lasprimeras en caer... aunque para entonces lleve jubilada varios años. Pero en resumidas cuentas, perdiera o no el trabajo, iba a terminar igualmente jodida...