25 de septiembre de 2011

Mi amigo "El Koala"

Para una vez que El Koala intenta hacer algo de provecho, no es que le haya ido muy bien. El Koala es un coleguilla del barrio al que llamamos así porque tiene cara de payaso, duerme todo el día y cuando le ofreces un trabajo, él prefiere irse por las ramas. Se pueden contar los días que ha cotizado con los dedos de la mano de un carnicero ciego. Una vez le ofrecieron trabajar en una cristalería, y rechazó el puesto alegando que un cristalero siempre está al borde de la quiebra. Pero lo que realmente ha quebrado, ha sido gran parte de
su esqueleto.

  
Obviamente El Koala no tiene un duro, pero si no fuera tan vago y los pidiera, yo creo que podría cobrar royalties como inventor de la crisis. Vive en un piso patera donde las personas viven como cucarachas, y las cucarachas viven como reinas. Y contra todo pronóstico, un día se indignó y decidió acudir a una manifestación del 15M.



 Al principio todo fue bien. En aquella manifestación había gente muy involucrada y con grandes valores, pero había también otros que, si bien también tenían valores muy sólidos, eran solamente de los que cotizan en bolsa. Y empezaron a liarla.

  
Cuando El Koala vio que la policía cargaba hacia la zona donde estaba él, pensó que bastaría con echarse al suelo con las manos cruzadas por la espalda para que no le pasara nada. Pero eso es porque El Koala es más inocente que al que enseñaron a hacerse las pajillas
con la chorra de otro...


  El Koala gritaba que él no había hecho nada y que era inocente. El problema era el policía que se le acercaba, que tenía una cara con la que no había forma humana de que fuera inocente de nada. Además, venía con un perro, que lo más probable es que fuera su perro lazarillo,
porque estaba claro que el madero estaba ciego de ira. Un perro que daba toda la sensación de que muy pocas personas habían sido capaces de acariciarlo sin necesitar en lo sucesivo que sus amigos les trocearan los filetes.

  
Y cuando el policía llegó adonde yacía El Koala, lo miró, y se tomó muy a rajatabla eso de que nunca hay que ensañarse con un hombre desarmado: así que sacó la porra y empezó a darle golpes como si fuera un xilófono al que costara sacarle las notas. Y según lo hacía, se le iba poniendo al policía una cara de satisfacción tal, que parecía que acababa de terminar de paga la hipoteca. El Koala se revolvía y rezaba para que dejara de pegarle, pero de poco vale rezar cuando con quien te enfrentas cree que dios, es él. Desde luego, hace falta echarle muchos huevos para ser tan cobarde.


Gracias a aquello, El Koala consiguió el primer ingreso de su vida: se despertó horas después en un hospital. Y desde entonces, cada vez que se mira en el espejo, se lamenta de que el reflejo que ve, sea el suyo. Y aun puede dar las gracias. Porque si ya es malo despertarse
con dolores en todo el cuerpo, sin recordar nada y con el ojo derecho amoratado, peor hubiera sido que ese ojo no hubiera sido el derecho... ni el izquierdo.

13 de septiembre de 2011

Nancys Rubias by Alichueca Girls

Ya que nunca producimos como debemos, hemos decidido empezar improvisando que es como empiezan las mejores cosas...