15 de septiembre de 2010

Mi amigo "El Analfabeto"

"Esta experiencia la recordaré por siempre jamás... o hasta que se me olvide". Esto es lo que me ha contado mi amigo El Analfabeto sobre su viaje de vacaciones. Al Analfabeto lo llamamos así porque siempre se come alguna letra: la del coche, la de la hipoteca... No tiene un duro, y claro, es más agarrado que una pelea de monos. Es de los que, entre varias ofertas gratuitas, siempre busca la más barata. Gasta menos en ropa que Portugal en espías y ya le han hecho varias ofertas de Cuéntame para comprarle el fondo de armario. Y eso que no lo han visto en ropa interior, que yo le he conocido gayumbos que daban toda la pinta de tener edad legal para votar.

Como anda pelado como el culo de Luis Aragonés, le pareció estupendo cuando su novia le propuso ir a pasar unos días a la playa al apartamento de sus padres. Pero al entrar en el piso se le puso una cara que sugería que lo que más temiera que le sucediera, fuera lo que fuera, ya le había sucedido. Efectivamente, nadie le había dicho que los suegros iban a estar con ellos.

Si exceptuamos una operación a corazón abierto, o el primer intento de un saltador de esquí, pocos momentos más delicados hay en esta vida que el irse de vacaciones con los suegros. Y además, los suegros de El Analfabeto son de los que se casaron hasta que la rutina los separara: un coñazo. El padre es Guardia Civil, más de derechas que el grifo del agua fría, y la madre es ama de casa, y hay que decir que vivieron felices durante 20 años... y luego se conocieron.

Como eran unos suegros chapados a la antigua, la única educación sexual que habían tenido, había sido la de dar las gracias después de echar un polvo. Así que nada más llegar, el suegro le dijo a El Analfabeto, mientras engrasaba su arma reglamentaria, que dormirían ellos dos juntos y su hija lo haría con su mujer.

El suegro resultó que roncaba como una hormigonera derrapando. A su lado, un oso cavernario era Winnie de Pooh. El Analfabeto apenas conseguía dormir en toda la noche y encima a las ocho de la mañana tenían que estar cogiendo sitio en la playa. El Analfabeto no es alguien precisamente con ansias por hacer cosas: he visto a toros apuntillados con más vidilla que él... Con decir que si algún día El Analfabeto se había levantado pronto, fue más que nada para poder estar más tiempo sin hacer nada.

Tras muchos días de no pegar ojo, una noche El Analfabeto decidió hacer un movimiento: enrocarse en el mueble bar y hacerle un jaque mate a la botella de whisky. A cada copazo que se metía, en el palo del cubata le ponía un "sigue rascando". Al volver a la habitación, cualquiera que hubiera cambiado unas palabras con él, se hubiera convertido en bebedor pasivo. Por fin pudo dormirse y tuvo un agradable sueño heroico de 3 rombos que incluía a su novia.

Se despertó sin ropa interior y en la cama del suegro, abrazando su ausencia en el colchón, quien seguidamente entró en la habitación trayéndole el desayuno con la mejor de sus sonrisas. La situación era muy delicada, porque su suegro no era agresivo, era curioso: solía dedicarse a matar a gente para ver si morían. De hecho en el cuerpo siempre le había llamado El Refranero, por aquello de que "al pan, pan, y el muerto al hoyo". Y ahora resultaba que en realidad era más suave que el culito de Mimosín.

El Analfabeto consiguió inventarse una excusa para volverse ese mismo día. El "hasta que nos volvamos a ver, si es que no nos vemos antes" guiñándole el ojo que le había dedicado el suegro al irse no lo dejó muy tranquilo. Ya está buscando excusa para no ir a la cena de Navidad, y desde entonces no para de tener pesadillas en los que un guardia civil le mete un puro, y los puntos, en vez de quitárselos, se los tienen que dar con aguja e hilo...

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